Introducción
Durante el invierno de 1959 se empezó a realizar a modo de ensayo en las instalaciones del parque de maquinaria de la ciudad de Huesca un novedoso sistema de señalización vertical utilizando medios materiales y personales propios. La principal diferencia frente al tradicional residía en el material usado para la fabricación de los elementos (placa y poste), siendo realizados con hormigón vibrado, incorporando armaduras metálicas interiores como refuerzo.
El caso tampoco resulta del todo excepcional, ya que en el nuestros países vecinos (Francia y Portugal) había experiencia con este tipo de señalización, y en nuestro país, en Cataluña concretamente, Balizamientos Mañosa, empresa afincada en Sabadell (Barcelona) ya proveía distintos elementos de señalización realizados con hormigón armado.
El punto de partida sí que resulta singular, ya que la premisa fundamental en la que se basaban estos ensayos era en la supuesta economía que se alcanzaba al realizar toda la señalización empleando recursos propios en vez de encargarla a un proveedor externo. La cuestión no era baladí, puesto que la ratificación del Protocolo de Transportes por Carretera y Transportes Automóviles (1949) por parte de España, en 1958 suponía una modificación importante de la señalización hasta entonces vigente, reglada en el Código de Circulación por carretera de 1934 en sus aspectos generales y la Instrucción de Carreteras de 1939 en los técnicos, como vimos en otra publicación, lo que implicaba en la mayoría de los casos el reemplazamiento de las señales antiguas por otras nuevas, en definitiva, operaciones que implicaban importantes desembolsos en los distintos organismos públicos que tenían competencias en la materia.
Por su parte, en la Jefatura de Obras Públicas de Huesca, estando al cargo de la misma por aquel entonces el ingeniero jefe D. Fernando Susín Hernández, se optó por asumir dentro de sus posibilidades la realización de las nuevas señales en sus propios talleres. Así pues, en periodos de baja actividad, el personal adscrito se encargaba de fabricarlas. El proceso era completamente artesanal, ya que incluso los moldes se hacían allí.
Durante el primer ensayo, llevado a cabo durante los meses de enero a marzo de 1959 se realizaron un total de 615 flechas indicadoras y 300 triángulos de peligro, y durante enero a marzo de 1960 se realizaron 480 señales, esperándose que para aquel año estuviesen colocadas las más importantes en toda la red de carreteras nacionales y comarcales de la provincia. Según datos aportados por el propio Fernando Susín, el ahorro económico se justificaba de la siguiente manera:
“Teniendo en cuenta que la Red de Carreteras de la provincia de Huesca es de 2.400 kilómetros, y que solamente el presupuesto de las señales de peligro, excluidas las informativas, de la R-II en esta provincia ha costado más de 10.000 pesetas, por término medio, utilizando señales metálicas (las de nueva fabricación son de hormigón armado), no es exagerado suponer un presupuesto medio de señalización total de 10.000 pesetas por kilómetro para toda la red, lo que supondría para esta misma provincia 24.000.000 de pesetas. Empleando las de fabricación propia, y aprovechando los periodos de inactividad del personal de nuestros talleres, como se está haciendo ahora, costaría una sexta parte, es decir, se lograría una economía de 20 millones de pesetas que, aplicada a la Red de toda España, sería de unos 600 millones”.
Sin duda alguna aquellos ensayos fueron fructíferos, y poco a poco la red de carreteras estatal de la provincia de Huesca se fue copando de estas nuevas señales de hormigón armado durante la década de los años 60.
Cazando señales de hormigón armado
Por nuestra parte, desde hace ya casi dos décadas hemos ido “cazando” con la cámara fotográfica las señales supervivientes que quedan por las carreteras de la provincia, sorprendiéndonos aún de cada nuevo hallazgo y alegrándonos de volver a ver las ya fichadas.
En la actualidad apenas existe un reducto, ya que están lejos de cumplir con los estándares actuales, si bien sería importante velar por la conservación de los pocos ejemplares que quedan, bien por la antigüedad que ya alcanzan, sus nada desdeñables seis décadas, como por otros valores intrínsecos: el hecho de haber sido realizadas en unas circunstancias especiales y empleando un material nada habitual en nuestro país para la fabricación de las mismas.
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